¿Cómo matar la innovación? [en la Universidad]
Eso es lo que Julio Frerie (desde soitu.es) sugiere que están (estamos) haciendo las Universidades con el software libre y su (mal) uso. Si nuestra innovación se limita al «power-point» (R), vamos por mal camino. Por cierto, ¿sabías que Moodle es software libre? Artículo polémico, sin duda. No te lo pierdas.
¿Cómo matar la innovación? Software libre para educación propietaria
Por Juan Freire
Actualizado 05-05-2009
Muchas universidades presentan una actitud paradójica ante el software libre
En el anterior post ponía en evidencia la enorme distancia que separa a nuestras universidades de la cultura digital que está introduciéndose de forma casi viral pero enormemente transformadora en nuestra sociedad. Mientras, las instituciones de educación superior siguen preocupadas casi en exclusiva por la tecnología y sobre todo por su coste y seguridad. Esas son las principales razones, y no otras, de su reciente apuesta por plataformas educativas basadas en software libre y en especial por Moodle.
Pero muchas universidades españolas (evitaremos citar ejemplos específicos, pero la inmensa mayoría podrían reconocerse en este retrato) presentan una actitud paradójica ante el software libre y, en especial, ante Moodle. Por una parte, pretenden promocionar su uso mediante incentivos a lo que denominan ‘innovación docente’, pero al tiempo estos incentivos se convierten en medidas perversas. Así surge constantemente la paradoja de que cuando un profesor trabaja ‘en la nube’ es normalmente complicado, y hasta ridículo, tratar de certificar sus actividades académicas siguiendo los sistemas habituales que se utilizan para gestionar los incentivos. El resultado final es que lo que se considera innovación acaba por convertirse en hacer más de lo mismo, repetir esquemas y prácticas ya definidas, probadas y bien establecidas. Se trata de usar herramientas previamente definidas con usos que están ya preestablecidos. Cualquier otra práctica que se sale de los esquemas de control es por tanto obviada, en el mejor de los casos, o criticada y penalizada.
En realidad, no es extraño que esto suceda ahora en las universidades cuando la oleada anterior de ‘innovación’ supuso en muchos casos la transformación de las notas de los profesores en presentaciones de Power Point, con todas las limitaciones de esta herramienta (en contraposición a las grandes oportunidades que ofrece la tecnología usada inteligentemente para crear experiencias realmente atractivas en conferencias).
Pero además de la perversidad de incentivar formas de ‘no innovación’, las universidades suelen mostrar una actitud de apropiación un tanto indecente del software libre. Así, cuando ‘Moodle’ ‘entra’ en un campus se suele ‘customizar’ adaptando su apariencia a la imagen corporativa de la propia universidad y, en muchos casos, cambiando el nombre de la propia plataforma.
Esta es una práctica que ya se popularizó en su momento con la creación de la distribución Linex del sistema operativo Linux por el gobierno extremeño. Desde el nombre del sistema operativo a los de las diferentes aplicaciones han sido modificados para hacerlos más próximos. Esta estrategia puede justificarse, y de hecho existe un interesante debate a este respecto, por la necesidad de que los usuarios se apropien de la tecnología. Linex forma parte de un proyecto de alfabetización digital y sus usuarios son personas que en muchos casos tienen escasa o nula experiencia con este tipo de tecnologías. Por supuesto, otras muchas comunidades autónomas en España han copiado estos proyectos y han surgido distribuciones ‘regionales’ de Linux por todas partes: Guadalinex, Lliurex, Galinux, MAX (MAdrid_Linux), Augustux… El argumento de la apropiación ciudadana es sólo una parte de la historia de las distribuciones Linux. La apropiación política es la otra cara de la moneda. Una forma barata de ofrecer un ‘servicio personalizado’ al ciudadano, cuando en realidad el valor añadido que ofrece la institución es mínimo.
La parte negativa de esta historia, más allá de la obsesión política por el control de la imagen y de llevar la publicidad hasta el disco duro de nuestros ordenadores, es que los usuarios pueden no entender qué herramientas están usando realmente. Pueden no percibir que su software es libre y forma parte de un proyecto global considerablemente exitoso y que a su vez es la punta del iceberg de otra forma de entender el conocimiento y la innovación. Se pierde una enorme oportunidad de educar con la práctica en cuestiones extraordinariamente relevantes. Nos preocupamos más por lo local y diferenciador (aunque se cree de forma artificial) que por lo global y que nos acerca. En este escenario existe un difícil equilibro entre los intereses legítimos por la apropiación y por la extensión de un modelo abierto.
Pero este equilibrio es mucho más discutible en el caso de las ‘personalizaciones’ de Moodle que suelen practicar las universidades. Se actúa con una lógica muy similar a las adaptaciones de Linux, pero es una lógica que se revela perversa porque en este caso los usuarios objetivos deberían estar adaptados a estas tecnologías y los cambios estéticos deberían ser ya un elemento irrelevante.
Cómo las universidades tiran piedras contra su tejado… y el de todos
Las consecuencias de estas prácticas de las instituciones universitarias son, en mi opinión, devastadoras para la educación, el desarrollo de sociedades realmente abiertas y, finalmente, para la propia universidad. Podríamos citar al menos tres efectos negativos:
* Las universidades trabajan formalmente con software libre, pero en la práctica están promocionando institucionalmente sistemas cerrados, que normalmente sólo están accesibles desde las redes internas o para sus usuarios. En lugar de abrir sus contenidos y enriquecerlos con la participación externa, los protegen y los condenan a la irrelevancia en un mundo que funciona ya bajo la lógica de la abundancia y de la escasez de atención y no de la lógica de la escasez y el control. Muchos profesores y estudiantes, hartos de las barreras y dificultades, acaban por llevarse sus contenidos a otros espacios más abiertos y más fáciles de utilizar.
* El profesorado que acepta el modelo que le impone su universidad sigue funcionando con una lógica de espacio cerrado y protección de contenidos y esto no hace más que agravar su desconexión de la cultura digital. Y si el profesorado está desconectado es la propia institución la que permanece al margen. En realidad, muchos profesores se enfrentan en estos momentos a una alternativa: o se desconectan, en su vida profesional, de la cultura digital o se desconectan de su propia institución. Finalmente, esta desconexión alimenta la falta de relevancia social de la universidad, un problema que crece día a día. Esta brecha no hace más que agravar un problema que ya viene de antes, pero que se acelera si tenemos en cuenta que es en estos escenarios integrados en la cultura digital en los que se están desarrollando los nuevos modelos de relación social, de innovación o de desarrollo empresarial.
* No es extraño, visto todo lo anterior, que las universidades presenten una casi nula capacidad de comunicación con el mundo exterior y, en buena medida, con sus propios estudiantes. Los ejemplos son múltiples. Es sorprendente que universidades con decenas de miles de estudiantes y situadas en ciudades de pocos centenares de miles de vecinos tengan en general tan poca presencia pública. Pensemos en organizaciones ciudadanas o empresas que con muchos menos integrantes consiguen grados de relevancia y presencia pública muy superiores.
El proceso de adaptación al Espacio Europeo nos proporciona otro excelente ejemplo. Hace unos meses ‘El País’ publicaba un reportaje sobre el conflicto de Bolonia donde explicaba cómo mientras las instituciones educativas se comunican a través del BOE o del tablón de anuncios, los estudiantes están en los medios sociales y se organizan de modo sumamente efectivo en Tuenti o Facebook.
Lo que se está librando en los campus españoles es una desigual batalla de jóvenes que se comunican en trazos gruesos a través del correo electrónico, Tuenti y otras redes sociales, frente a unos administradores de la reforma que aún confían en el valor de una seca nota explicativa en el tablón de anuncios para difundir los cambios. En el campo de la comunicación, las instituciones están perdiendo por goleada. Y ésa es la causa de que los rectores de las universidades más afectadas hayan pedido ayuda al Gobierno.
Esta «desigual batalla» demuestra que las armas ya no son la financiación, ni tan siquiera las infraestructuras o el ‘poder duro’. Las competencias digitales, comunicativas y sociales son ya mucho más importantes y aquí nuestras universidades llevan mucho tiempo suspendiendo y la mayoría ni siquiera se han preocupado por conocer su nota.
Fuente: soitu.es
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